Historia de la Aparición Virgen de Coromoto
Cierto día del año 1651, el Cacique de los indígenas Coromoto de las Tribus de los Cospes, en compañía de su mujer, se dirigía a una parte de la montaña donde tenía una tierra de labranza. Al llegar a una quebrada una hermosísima Señora de belleza incomparable, que sostenía en sus brazos un radiante y preciosísimo niño, se presenta a los dos indígenas caminando sobre las cristalinas aguas de la corriente. Maravillados, contemplaban a la majestuosa Dama, que les sonreía amorosamente y habla al Cacique en su idioma, diciéndole que: “saliera a donde estaban los blancos para recibir el agua sobre la cabeza y así poder ir al cielo”. Estas palabras iban acompañas de tanta unción y fuerza persuasiva, que enajenaron el corazón del Cacique y le dispusieron a cumplir los deseos de tan encantadora Señora.
Un español honrado y buen cristiano, llamado Juan Sánchez iba de viaje para El Tocuyo a un asunto de importancia, cuando en cierto punto de la montaña le salió al encuentro el jefe de los indígenas Coromoto, manifestándole que una bellísima mujer con un niño de hermosura singular, se le había aparecido en una quebrada dándole la orden que saliera donde vivían los blancos para que le echasen el agua en la cabeza, con el fin de ir al cielo; y agregó que tanto él como todos los de su tribu, están resueltos a complacer los deseos de tan excelsa Señora.
Juan Sánchez gratamente sorprendido por el relato del hombre, le dijo que iba de viaje a una población llamada Tocuyo, que a los 8 días estaría de vuelta y que durante este lapso de tiempo se dispusieran para irse con él.
Cumplido el lapso señalado, toda la tribu se marchó con el español y siguiendo las indicaciones de Juan Sánchez, la caravana se detuvo en el ángulo formado por la confluencia de los ríos Tucupido y Guanaguanare, en unos parajes que designaron con el nombre de Coromoto. Juan Sánchez pasó inmediatamente a la Villa del Espíritu Santo de Guanaguanare y dió aviso a las autoridades de todo lo ocurrido. Las autoridades que Gobernaban La Villa, dispusieron que los indígenas se quedasen en Coromoto y nombraron a Juan Sánchez su Encomendero, con el encargo de señalarle las tierras para sus labores y de adoctrinarlos en la religión Cristiana.
Iban pasando los meses y se adelantaban los trabajos de la construcción del asentamiento y campos de labranza. Los niños eran los encargados de buscar agua a la quebrada para los usos domésticos; pero, con frecuencia se tardaban demasiado y por eso eran castigados, hasta que se descubrió que la razón de la tardanza era la Bella Señora, que con su amorosa sonrisa se seguía apareciendo y su celestial presencia los cautivaba tanto, que no se cansaban de admirarla y que por eso se les iba el tiempo. Cuando los adultos iban a tratar de verla no veían nada, porque solo los niños la podían ver. Por lo que contaban los niños, las apariciones de la Bella Señora se hicieron famosas, así como las aguas de la quebrada. Estas aguas se pensaban que eran milagrosas, porque varias veces se mandaron a Europa y después de muchos meses llegaban tan frescas como cuando las tomaron de la quebrada.
El abnegado español cumplió su cometido con el mayor cuidado, sin escatimar esfuerzo alguno para hacerles cómoda y placentera su permanencia en Coromoto. Los aborígenes construyeron allí su ranchería, recibieron tierras distribuidas y contentos asistían a la explicación doctrinal, que con muchos frutos les daba el buen Encomendero, ayudado en esta ardua labor por su Señora y dos compañeros. El éxito iba coronando este trabajo Apostólico pues, poco a poco, los indígenas recibían las aguas bautismales y se regeneraban en este baño purificador.
El Cacique, al principio, asistía gustoso a las instrucciones, más después se disgustó con su nueva situación y anhelando la soledad de sus bosques, se apartó de las reuniones de Juan Sánchez, sin querer aprender la Doctrina Cristiana, ni recibir las saludables aguas del bautismo.
Por la tarde del sábado, 8 de Septiembre de 1652, Juan Sánchez dispuso reunir a los indígenas que trabajaban en Soropo, para que se reunieran con todos sus compañeros y asistieran a los actos religiosos que se iban a practicar en el caney. El Cacique se negó rotundamente a esta invitación y mientras sus compañeros honraban con humildes preces a la excelsa Reina de los Cielos y Tierra, él con grande enojo y rabia salió precipitadamente para Coromoto. El bohío del Cacique Coromoto tenía una sola y pequeña puerta de entrada, donde a la anochecer del sábado 8 de septiembre de 1652, se hallaban la Cacica, su hermana Isabel y un hijo de esta última, un joven muy agraciado de doce años de edad, que había llegado de Soropo esa misma tarde con el objeto de ver a su madre, pues de ordinario se quedaba con la esposa de Juan Sánchez ayudándola en sus múltiples ocupaciones diarias.
Cuando menos lo esperaban las dos mujeres, llegó el Cacique a Coromoto, triste y maltrecho; las mujeres atribuyeron el tedio y descontento que en el notaban a un exceso de ira, y ninguna se atrevió a decirle la menor palabra. En este estado de tristeza y melancolía estaba el indígena, cuando por un misterio de cariño y amor de la Madre de Dios a un pobre hijo de Adán, bajó a la Choza del Cacique en medio de indivisibles legiones de Ángeles que formaban su cortejo. Habían trascurrido tan solo algunos instantes desde la llegada del Cacique cuando de modo visible y corpóreo la Virgen Santísima se presentó al umbral del bohío del Cacique.
De todo su ser se desprendían rayos de luz que bañaban el estrecho recinto de la choza y eran tan potentes que, según declaró la indígena Isabel, eran como los rayos del Sol cuando está en el medio día y sin embargo no deslumbraban ni cansaban las vista de aquellos felices indígenas que contemplaban tan grande maravilla. Bajo la influencia de estos inesperados resplandores, que cambió las tinieblas de la noche en la claridad del día, el Cacique al instante reconoció a la misma Bella Mujer que meses antes había contemplado sobre las aguas de la plácida corriente de sus montañas y cuyo recuerdo jamás había podido borrar de su memoria.
Distintas a las del Cacique eran las emociones de las dos indígenas y del niño, que rebozando de satisfacción y alegría, se deleitaban en contemplar aquella criatura sin igual, gozo de los ángeles, encanto de los elegidos, espejo donde se reflejan las infinitas perfecciones de la Divinidad. El Cacique pensaría probablemente, que la gran Señora venía para reprocharle su mal proceder e impedirle la fuga. Pasaron unos segundos, el Cacique rompió el silencio y dirigiéndose a la Señora le dijo con enojo: "Hasta cuándo me quieres perseguir? Bien te puedes volver que yo no he de hacer lo que me mandes, por ti deje mis conucos y conveniencias, y he venido aquí a pasar trabajo".
Estas palabras irrespetuosas mortificaron en gran manera a la mujer del Cacique, quien riñó a su marido diciendo: "No hables así con la Bella Mujer, no tengas tan mal corazón". El Cacique montado en cólera y encendido en rabia, no pudo soportar más tiempo la presencia de la Divina Señora, que permanecía en el umbral dirigiéndole mirada tan tierna y cariñosa que era capaz de rendir el corazón más empedernido; desesperado da un salto y coge el arco de la pared y saca una puntiaguda flecha, con la torcida intensión de amenazar con ella a la gran Señora, llegando a su locura hasta decir: "¡Con matarte me dejas!". En ese preciso instante la excelsa Señora entró en la choza sonriente y serena, se adelantó y se acercó al Cacique, el cual al respeto de tanta majestad, o porque Virgen lo estrechara de modo que no tuvo lugar para el tiro, rindió las armas y arrojó el arco contra el suelo.
Con todo se lanza sobre la Soberana Señora para cogerla con las manos y echar a fuera, extiende rápidamente los brazos; pero, al punto, la celestial visión desaparece repentinamente y lóbregas tinieblas siguen a la viva luz que había iluminado el bohío, teatro de tan grandes maravillas; solamente se percibían la pálida luz del fogón que proyectaba la negra silueta del Cacique sobre la pared.
Las dos mujeres y el niño sintieron amarga pena por la pésima conducta del Cacique y por la desaparición de la Bella Mujer reprochándole nuevamente a su marido su torpe e inconsiderado proceder para con la soberana Señora. El Cacique, fuera de sí y mudo de terror permaneció largo rato inmóvil con los brazos extendidos y entrelazados en la misma posición en que quedaron cuando hizo el rápido ademan de agarrar a la Virgen. Tenía una mano abierta y la otra cerrada, que apretaba cuanto podía pues algo tenía en ella y en su corto sentir creía que era la Bella Mujer a quien había atrapado.
La indígena Isabel, sin entender lo que acababa de suceder, dijo a su cuñado: "¿Sabes lo que ha sucedido?" Tembloroso el indígena contestó: "Aquí la tengo cogida". Las dos mujeres, profundamente impresionadas y conmovidas añadieron: "Muéstranosla para verla". El Cacique se acercó, alargó la mano la abrió y los cuatro indígenas reconocieron ser aquella una imagen y creyeron que era la de la Bella Mujer. Al abrir el Cacique la mano, la diminuta imagen despide rayos luminosos que producen gran resplandor y que creen que es el fuego natural que la gran Señora lanza contra ellos. Sudor frío fluye del cuerpo del hombre, con el mismo enojo y rabia de antes, envuelve la milagrosa imagen en una hoja y la esconde en la paja del techo de su casa diciendo: "Ahí te he de quemar para que me dejes".
El niño, que interiormente desaprobaba la torpe conducta de su tío, estaba muy apesadumbrado por todo lo ocurrido con la Bella Señora, la había visto en la quebrada y en la choza. Su corazón de cristiano le decía que el trato a la Señora no había sido bueno, reparó cuidadosamente el escondite de la sagrada imagen y resolvió dar aviso a Juan Sánchez de lo sucedido. El recuerdo de la Virgen Bendita no se apartaba ni por un instante de su espíritu; lo que había visto le dejó impresión tan honda que no le fue posible entregarse al sueño; a eso de la media noche salió a hurtadillas de la choza y se fue apresuradamente para Soropo. Corrió a través de la llanura y el bosque, y no le amedrentó la soledad silenciosa de la noche, ni le infundió pavor el bramido del tigre de la selva, ni el grito de las fieras que rugían en la pampa. Fue presuroso y en poco tiempo recorrió el trayecto entre Coromoto y Soropo. Parece que la Virgen le ayudó y le hizo liviano el andar. Llega a Soropo, pero como todos estaban durmiendo se acurruca junto a la puerta y allí espera hasta el amanecer.
La Esposa de Juan Sánchez quedó sorprendida cuando al abrir la puerta de su casa, en la madrugada del domingo, vió al niño junto a ella. El joven indígena refirió a la señora lo mejor que pudo todo cuanto había visto, aunque con alguna dificultad, pues no se expresaba bien en castellano la mujer llamó a su marido y le dijo: "Juan, ayer tarde dimos licencia a este niño para fuera a Coromoto a visitar a su madre, y amaneció aquí, contando que anoche una mujer muy linda llegó a la casa de su tío el cual la quiso tirar con su flecha, y que la cogió y la escondió en su casa". Juan se sonrió y no dio crédito a lo que decía el joven indígena. El niño volvió a narrar la prodigiosa historia y viendo que todavía no se le daba fe a lo que relataba, dijo con vehemencia: "Vaya a Coromoto ahora mismo y lo verán".
El pequeñuelo insistió que fueran con él a cerciorarse de la verdad del hecho. Al fin, Juan Sánchez para despachar al importuno le contestó: "ve a buscar las dos mulas e iremos contigo". Es de saber que estos dos animales sueltos en la sabana eran en extremo ariscos, solo se le podían coger con lazo y a veces se tardaban hasta dos horas para traerlos. El niño se dirigió presuroso a la sabana donde halló las dos mulas juntas y muy quietas como si estuvieran sumidas en un profundo sueño; con la mayor facilidad les puso el lazo, las ató y las trajo a la casa, sin que opusieran la mayor resistencia.
Juan Sánchez al verlo llegar trayendo las dos mulas en tan breve tiempo, quedó maravillado y comenzó a dar crédito a lo que el niño decía. Bartolomé Sánchez, Juan Sibrián, Juan Sánchez y el jóven indígena se pusieron sin demora en camino para Coromoto. Al llegar cerca del poblado los tres españoles se quedaron escondidos en un zanjón a tres cuadras de la casa, mientras el muchacho iba a la choza de su tío en busca de la mujer que él decía. Dichosamente para el niño, el Cacique, su tía y su mamá estaban juntos fuera y a un lado de la casa. Sin ser visto de nadie, entró el niño en la choza; con el corazón palpitante de júbilo, se adueñó de la milagrosa imagen, que aún estaba en el mismo sitio donde la había puesto su tío y la trajo a Juan Sánchez, al recibirla de manos del niño, sintió profunda emoción, pues reconoció en ella la efigie de la augusta Madre de Dios María Santísima con el Niño Jesús en el regazo y con respeto la colocó en un relicario de plata que acostumbraba llevar al cuello.
Lleno de admiración y devoción, partió para la Villa del Espíritu Santo, donde le contó al Cura del pueblo, Presbítero Don Diego Lozano, todo lo ocurrido. El Cura, como usualmente ocurre en estos casos, no creyó nada de la historia, por lo que Juan Sánchez se fue a su casa y colocó a la Santa Reliquia en un altar.
Entre tanto, en la tarde del mismo 9 de septiembre de 1652, el Cacique, con todos los indígenas que logró convencer, salieron de Coromoto para regresar a sus selvas de origen. El Cacique iba delante del grupo. Estaba anocheciendo y el paraje estaba muy sombreado debido a la profusión de árboles. Sin darse cuenta, pisó una serpiente venenosa que, como un relámpago, le clavó los colmillos en la pierna inyectándole el veneno. Hubo una gran consternación en el grupo, pues los indígenas sabían, que por el tipo de veneno, el color de la herida y los orificios de la mordedura, esta era mortal. Resolvieron llevarlo al camino ya moribundo. Este viendo cercana la muerte, es probable que pensará en todo lo ocurrido recientemente, en la Bella Señora, en su amor y en su promesa, que si se bautizaba iría al cielo; porque comenzó a dar grandes voces con desesperación, solicitando el bautismo. A esa hora, pasó por allí un mestizo criollo de Barinas, que indagando la causa de la reunión de los indígenas y hablando con el Cacique, cumplió sus deseos y lo bautizó de emergencia.
El Cacique, ya más tranquilo, le dio sus últimas recomendaciones a sus compañeros, les habló de su arrepentimiento y los exhortó a regresar donde los blancos, lo cual cumplieron. En los meses siguientes la fama de la Virgen se fue difundiendo y creciendo en la gente de la región; hasta que un buen día, el primero de febrero de 1654 se presentó el Vicario Presbítero Don Diego de Lozano (el mismo que no había creído la historia de Juan Sánchez en 1652), quien sacó la estampa en procesión, con mucha devoción y majestad, desde la hacienda de Juan Sánchez a la Iglesia de Guanare. Ya el pueblo la conocía como la Virgen de Coromoto y muchos años después sería elegida como Patrona de Venezuela.
Al morir los pocos españoles y criollos que conocían la ubicación de las apariciones y volver a las montañas los indígenas, a finales del siglo XVII, nadie en Guanare conocía ya el lugar exacto de las apariciones.
En 1698 llegó a Guanare Fray Diego de Olayza, agustino, con una imagen de la Virgen de Topo, de la ciudad de Bogotá, que representa a Nuestra Señora en la bajada de la Cruz. Recorría las poblaciones recolectando limosnas, lo acompañaban muchas personas, entre ellas el señor Marcos Paredes de San Nicolás. Al final del camino, de regreso a Guanare y en el rezo del Rosario, todos vieron que la cara de la Virgen se puso amarilla y luego retomó sus colores naturales pero más vivos y hermosos.Pero al proseguir la marcha notaron que una sombra cubría el rostro de la imagen, se detuvieron por 3 horas rezando y pidiendo la Divina Misericordia, pero la sombra persistía.
El señor Marcos Paredes siguiendo una inspiración que tuvo, dijo de plantar una cruz en el sitio y al hacerlo, la sombra desapareció. En Guanare narró todo al cura de la ciudad y le pidió permiso para erigir una ermita pequeña en ese lugar. El sacerdote pensó que tal vez la Virgen había querido señalar el sitio de su aparición, y encomendó al señor Paredes de buscar el lugar exacto. Este partió en compañía de Santiago López y Lorenzo Díaz, estos recorrieron la zona preguntando a todos los habitantes si conocían este sitio, pero ellos aseguraron que solo los indígenas Coromotos lo sabían, pero que era difícil dar con ellos, ya que vivían internados en la montaña y muy rara vez se dejaban ver. El señor Paredes decide entonces la edificación de la ermita en memoria de la maravilla de la Virgen de Topo.
Al iniciarla en agosto de 1698 Santiago López, Simón Sánchez y Pablo Pérez se les presentaron 9 jinetes indígenas, (lo que extraño a Nicolás Mateos que comentó: 'llevo 10 años aquí y nunca he visto un solo indio por este lugar').
El Cacique Gaspar Tabares les dice: 'Hemos sabido que un hombre viene a hacer una Iglesia para nuestra Ama la Virgen. Díganle que si desea construirla, en el sitio donde la Virgen Santísima bajó del cielo cuando la cogió mi suegro, todos vendremos a vivir aquí'... Los otros añadieron: 'si edifican la iglesia donde nuestro capitán asió a la Virgen todos saldremos de los bosques'.
Marcos Paredes de San Nicolás les dijo: 'Queremos construir la capilla en el sitio justo de la Aparición, pero nos ha sido imposible hallarlo'. Al oír esto Gaspar le dijo a otro indígena: 'Regresa y llama a Julián para que vengan con todas las familias, ya que Dios se ha acordado de nosotros'.
Se apearon y veneraron una imagen de la Virgen de Coromoto que Paredes llevaba y al ir a buscar el lugar exacto de la aparición, Gaspar les dijo: 'Pero el sitio donde la Virgen bajó del cielo y la cogió mi suegro lo tienen ustedes marcados con esa Cruz'.
Todos reconocieron que la maravilla del hecho de la Virgen del Topo y la salida inesperada de los Coromoto, eran suscitadas por María Santísima para que honrasen la memoria de su aparición.
En 1807, el Presbitero José Vicente Unda terminó la construcción de la Iglesia de Guanare.
En 1942 el Episcopado Venezolano decretó y proclamó a Nuestra Señora de Coromoto, Patrona oficial de Venezuela.
En 1944 el mismo Pío XII confirmó, constituyó y declaró a la Santísima Virgen de Coromoto, Celeste y Principal Patrona de Venezuela.
El 14 de mayo de 1949, la iglesia de Guanare fue elevada a Basílica Menor por su Santidad Pío XII. En ella se custodiaba la Reliquia dejada por la Virgen en la mano del indígena Coromoto.
A los 300 años de su aparición, el 11 de septiembre de 1952, fue coronada su Sagrada imagen por el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt.
En 1976 bajo el patrocinio de la Congregación de las Siervas del Santísimo, la M. Guadalupe, M. Elizabeth, Monseñor Alfonzo Vaz, Monseñor Ángel Polacini y otras personalidades, constituyeron la Asociación Civil Venezuela a la Virgen de Coromoto para la edificación del Templo Votivo Nacional a la Virgen, en el sitio exacto de la última aparición. Allí se trasladó la Reliquia de la Virgen, y se colocó en un lugar especial para la veneración de los fieles.
En enero de 1996 fue elevado a la categoría de Santuario por su Excelencia Monseñor Oriano Quillici, Nuncio Apostólico en Venezuela.
En febrero del mismo año fue inaugurado por su Santidad Juan Pablo II, en su visita a nuestro País. Este Santuario, su Santidad Benedicto XVI, lo elevó a Basílica Menor, en el 2007.
Siguiendo la tradición anual, la comunidad venezolana en Hungría celebró el pasado domingo 10 de septiembre la misa en honor a Nuestra Señora de Coromoto (Patrona de Venezuela). La celebración se realizó en el Templo Santa Cruz de Budapest y contó con la participación de muchos fieles, que se congregaron para orar en familia por Venezuela y todos los hermanos venezolanos en el mundo.
Extendemos nuestro agradecimiento al equipo colaborador de Misa en Español Budapest por su invaluable apoyo y compromiso con la comunidad venezolana a lo largo del tiempo. Sabemos que su labor llena el corazón de muchos extranjeros que aún estando lejos de casa pueden compartir en una hermosa comunidad hispanohablante en Hungría.
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